Desde 1840, año en que finaliza la primera guerra carlista, se inicia un período histórico propicio a las realizaciones de tipo político y económico que se habían visto truncadas por la contienda bélica. Se hacía necesaria una reforma en profundidad de las comunicaciones y del comercio. Ya eran demasiadas las oportunidades en que esa reforma se había tenido que aplazar por los imponderables históricos y, quizá, aquel receso bélico representaba la última posibilidad de incorporar a nuestro país, de manera general, a las innovaciones en materia de transportes que diez años antes se habían iniciado en Inglaterra, y de la que una buena parte de Europa ya participaba al comenzar la quinta década del siglo XIX.
Entre las noticias que llegaban procedentes de otros países europeos, abundaban especialmente aquellas que versaban sobre las excelencias del ferrocarril, aquel nuevo medio de transporte que tanto favorecía el desarrollo económico de las zonas donde se había establecido. Este conocimiento contribuyó, de manera inequívoca, a una predisposición favorable de la opinión pública española, y del propio gobierno, no tan sólo a la implantación del ferrocarril en España, sino también a la necesidad de acometer las necesarias reformas y reparaciones que necesitaba de manera urgente la red de caminos que constituía la base de las comunicaciones de nuestro país.
Así pues se realizaron diversos estudios y se aprobaron tres proyectos transpirenaicos para comunicar España con Europa.
Uno de ellos era aprovechando el recorrido del río Cinca.
Que hubiera pasado con las nabatas si se hubiera llevado a cabo esa línea ferroviaria?
Habría continuado el trasporte fluvial hasta la década de los 40?
Podríamos haber recuperado el oficio hasta convertirlo en un bien inmaterial de la humanidad?
Prefiero no imaginar dicho escenario.
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